Marruecos es sin duda un país de colores y sensaciones intensas. Pocas veces me he vuelto a encontrar con paisajes y rincones con una luz tan especial. El desierto de Erg Chebbi está a unos 35 kilómetros de la ciudad de Rissani, al sureste del país. Estuve por allí durante el viaje que realicé para adentrarme en el fascinante mundo de la fotografía. Hasta entonces era un puro y simple turista con una cámara de fotos que disparaba sus instantáneas sin demasiado sentido. Sigo siéndolo -turista- pero mucho aprendí en aquel viaje y en algo -creo- sí han mejorado mis fotos.
Una de esas noches en el desierto de Erg Chebbi, cerca de la localidad de Merzouga, decidimos pasar la noche al raso bajo las estrellas e intentar hacer unas bonitas fotos. Ellos, porque mi cámara no veía un pijo durante la noche. Así pues, tras la cena, sacamos las camas de nuestra jaima en el pequeño Oasis Tombouktou donde estábamos. Sin apenas luz y un tanto temerosos -al menos yo- de tropezarnos con algún habitante de aquellas oscuras arenas -léase escarabajo en el mejor de los casos, léase serpiente en el peor- fuimos montando el campamento a unos metros de la entrada. No muy lejos porque las camas de hierro pesaban una barbaridad. Casi nos descuidamos y plantamos las camas entre los camellos, pero bueno. Allí no hay contaminación lumínica así que tampoco había que irse muy lejos.
Con las primeras luces y habiendo apenas dormido un par de horas, nos despertamos para admirar el espectáculo de luz que se nos venía encima. Mis fotos no reflejan la belleza de aquel lugar a primeras horas del alba. Recuerdo estar tan superado por el entorno que no sabía a qué hacer fotografías. Cómo encuadrar las dunas ni cómo lograr reflejar en mis fotos aquellas maravillosas montañas de arena roja.
Recuerdo observar el pequeño oasis a los pies de la gran duna que habíamos intentado subir -sin éxito- el día anterior al atardecer. Las huellas que los escarabajos habían dejado en la arena durante la noche. Estaban por todas partes. También las líneas zigzagueantes de alguna serpiente noctámbula que por allí pasó y por suerte no tropezó con nuestras camas. El mono esquí apoyado en el pórtico de entrada del campamento, como algo asíncrono con aquel momento. La serenidad de los ojos del guía y su media sonrisa ante el campamento viéndonos a nosotros corretear de un lado para otro disparando fotos como posesos…
A pesar de mi inexperiencia fotográfica, estas son las fotos -las más decentes- que pude hacer. Hoy me ha venido a la cabeza aquel lugar, ese momento en compañía de dos buenos profesionales. Rafa Pérez quien refleja en sus fotos los viajes como pocos logra hacerlo y los publica en kamaleon.travel y Alberto Muriel Pina un artista especializado en la fotografía de bodas. Hoy me he acordado de ellos y de aquel fantástico amanecer ante la grandeza de las dunas del desierto de Erg Chebbi.
Sin comentarios