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Por la noche siempre se desmadra el ganado. En cuanto oscurece y el calor desaparece, todos se lanzan a la calle. Las aceras se ocupan por centenares de taburetes, sillas y mesas de tamaño infantil para que los clientes disfruten de sus bebidas. Si ya durante el día Bui Vien es un animal para echarle de comer aparte, por la noche se convierte -aun más- en un no parar de motos, taxis, gente y vendedores. Un curioso y fascinante espectáculo.

Caminar por la noche en Bui Vien,  te obliga a llevar un ojo en tus cosas, el otro en las motos que te pasan a la altura de la oreja y siempre te falta uno o dos más para observar el resto. Las aceras están ocupadas por los bares aunque durante el día tampoco esperes poder caminar por ellas.  Los puestos de comida ambulante aparcan ya en segunda fila. Tú compartes el centro de la calle con otros vendedores, turistas, coches y motos, mientras rechazas ofrecimientos de unos y de otros tratando de no ser arrollado. Me planteo seriamente imprimirme una camiseta con el slogan No necesito nada, gracias escrito en vietnamita para no tenerme que distraer. Quizá sea una buena inversión.

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En Bui Vien street, se podría diferenciar entre vendedores de día y vendedores de noche, pero acabo llegando a la conclusión que sólo algunos vendedores de comida aparecen por la noche. Los demás están a todas horas. Siguen allí quien ofrece abanicos y pulseras y los de los masajes, ahora con mucha más intensidad sabiendo cansada la concurrencia tras un día de trabajo o turisteo. Sólo ha desaparecido -por razones obvias- el vendedor de gafas de sol que seguramente está vendiendo alguna otra cosa. Aparecen las vendedoras de golosinas para picar algo mientras se bebe en los bares, con sus vestidos estampados para llamar la atención. Todas uniformadas, venden el mango verde con chile -que en mi opinión poco o nada marida con una cerveza- los cacahuetes, huevos de codorniz, galletas, el calamar seco a la brasa y prensado… Otras sirven patas de pollo o el pulpo a la brasa. El caso es echarle algo al estómago para hacer colchón. Y se entiende, porque aquí se ha cenado a las 5 ó 6 de la tarde.

Un bar -vietnamita de los de toda la vida- no es más que una ocupación de la acera correspondiente con unos taburetes de plástico y unas diminutas mesas para dejar la bebida. Frecuentado mayormente por los locales, es quizá el lugar en el que mejor puedes observar la esencia de la noche en Saigón. No te extrañe que te vayan moviendo de silla o mesa según las necesidades para acomodar a otros grupos. Es lo habitual. Tampoco que compartas la mesa con otra gente que no conoces e incluso que desaparezca tu espacio vital con el comensal de al lado. Eso es lo de menos. Que no se enteren en Las Ramblas de Barcelona de este sistema para optimizar el espacio…

El bar que ocupa los números 100, 102 y 104 de Bui Vien street es quizá el que más gente atrae. Seguramente por la alegría y amabilidad de la propietaria. Bien podrías decir que te conoce de toda la vida. En cambio, su vecino del 96, está casi siempre vacío o acoge sólo a los clientes que ya no caben en lo taburetes de su amable vecina.

Sentarse en uno de estos taburetes y pararse a observar lo que por allí transita mientras te tomas una Saigon Green de 45cl -una de las cervezas más baratas- es lo mejor que puedes hacer. Aparte de vendedores, no te extrañe que cruce por delante tuyo un tipo europeo -suizo o alemán diría yo- con su traje regional, u otro guiri que va de bar en bar con un sifón ofreciendo su cóctel especial para ganarse unos dólares extras, o los niños -lamentable espectáculo- que se intoxican a diario lanzando llamaradas de fuego a cambio de alguna propina, o la señora que vende guías de viaje fotocopiadas y las lleva en el costado en una torre imposible, o gente repartiendo platos de comida por todas partes… En definitiva, flora y fauna de Bui Vien en una noche cualquiera.

 

 

 

 

 

 

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2 comentarios

  1. 12 mayo, 2015 a 11:00 — Responder

    madre de lamor hermoso la que me espera….. :-)

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