La mayoría de veces que disparo una fotografía no me planteo más allá de lo que veo. Intento que la composición resulte interesante, que tenga contenido suficiente como para retener tu mirada  algo más que una fracción de segundo. Y las fotografías de personas son quizá el tipo de instantáneas que más disfruto. El otro día en el mercado de Coc Ly en el término municipal de Bac Ha (norte de Vietnam) me entretuve -como es habitual- entre los puestos de frutas y comida que allí había. Observando aquel pedazo de mundo lleno de vida.

Era media mañana y hacía ya mucho calor. Era el momento para tomarse una cerveza en uno de los puestos de comida del mercado. El sitio es sucio, más de lo habitual. Al salir de allí, ya dispuesto a volverme por donde había venido, se me acerca un hombre y me hace un gesto señalando la cámara. Creo que quiere que le haga una foto. Tiene la mirada tímida, incluso triste. O eso me parece. Pero entre la cerveza y la imposibilidad de establecer una conversación, le hago la foto y ya. Me pide con apenas otro gesto que se la enseñe -intuyo- y sin prestarle mucha atención le digo que ha quedado muy bien. El hombre apenas cambia su semblante y me despido de él. No habla ni papa de inglés, no podemos estirar más la conversación. Me voy un poco impregnado de su semblante serio y melancólico. Se queda ahí y no sé nada más de él. Sólo que me llevo una foto suya.

Tengo la fotografía delante mío en la pantalla del ordenador y la miro una y otra vez. Esos ojos tristes o quizá sólo tímidos que transmiten una cierta melancolía me miran fijamente. Esa camisola azul, vieja y sucia sobre un polo también azul que descubre algo más de dignidad de la que insinúa su indumentaria de trabajo. Esa pose un tanto encorvada -no sé si por la edad o por puro cansancio de la vida- mirando a cámara sin intentar aparentar nada que no es. Veo sus ojos color miel clavados en el objetivo, sin pestañear. Veo en ese momento una llamada de atención. Quiere decirme algo, pero no puede.

Viéndola me imagino si me habrá pedido la foto como si fuera la única forma que tuviera de ver mundo, de salir de su realidad. Quizá sabe que yo me iré de allí y me la llevaré conmigo. Que haciéndole la foto le haré viajar, aunque sólo sea llevándola a la otra punta del mundo, donde yo viva… No sé, pero la miro una y otra vez y me quedo con ganas de poder preguntarle a aquel hombre qué es lo que le pasa por la cabeza. Cómo es su vida, cuáles son sus anhelos…

Sé que todo esto no es más que una proyección de mis sentimientos -incluso mis prejuicios- en este momento sobre lo que veo. Pero ahí lo dejo. Puede que a ti te transmita algo totalmente diferente o simplemente no te diga nada.

¿Tú qué ves en ella?

 

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