En las Islas Togean hay una de las tres únicas lagunas infestadas de medusas del mundo. Allí te puedes bañar sin sufrir un colapso por urticaria masiva de tentáculo de estos simpáticos bichos. Las jelly fish (literalmente peces de gelatina en otro admirable ejemplo de practicidad léxica de la lengua inglesa) no pican y eso hay que ir a verlo. Ya no estoy solo en el resort (aquí le llaman resort a cualquier agrupación de más de dos bungalows) y negociamos entre los presentes hacer la excursión a la mañana siguiente. 50 mil rupias por cabeza no es mucho y promete ser la experiencia del año.
Desayunamos, nos preparamos (entre nosotros una señora taiwanesa entrada en años que también practica el bello arte del snorkeling en un metro o menos de profundidad como yo) y salimos pronto en una barquita de la que previamente han vaciado el agua que ha entrado durante la noche por el boquete que hay en la parte delantera del casco. Prefiero no mirar, aunque de refilón veo que el motor acumula más óxido que el Titánic en estos momentos.
Otro de los del grupo, un chico de Malta -de esos que han estado en medio mundo, pero que en plan bien quiere imponer de su opinión cueste lo que cueste- está empeñado en que no nos da tiempo a llegar a la laguna y volver para coger el ferry de vuelta a Gorontalo. En todo caso yo no voy a coger ese ferry y no es mi problema. O sí, cuando se lanza a pronosticar que a los diez minutos de salir de la isla se va a estropear el motor del barquito. ¡Qué majo! -pienso.
Ni un minuto más ni uno menos. Tras un dramático y claro Wah?! de Pardi, el tipo que maneja la barca -léase aquí un bonito homenaje a la que en su momento nos representó en Eurovisión con los juanetes al aire- éste nos comunica que acabamos de perder la hélice del motor -motor de cortacésped en realidad- que impulsa el barquito. Wha?! en indonesio en un contexto como este quiere decir algo así como ¡¡Qué coñ…ha pasado!! Lo comento por si aporta algo al lector. También hay que decir que Pardi, el que maneja la barca -y airea orgulloso sus juanetes- muestra serios signos de quererse hundir en el fondo del mar junto a la hélice y quedarse ahí un buen rato debido a la vergüenza que está pasando. Silencio y miradas entre los presentes de… Bien… ¿y ahora qué?
Nada. Tras unos pocos segundos de incertidumbre, miss Taiwan rompe el silencio aportando un sincero y útil Is this dangerous? (¿esto es peligroso?). A lo que todos nos apresuramos a contestar con un rotundo y tranquilizador Noooo! Don’t worry! El de Malta se apresuta en recalcar que él tenía razón con un I told you! (os lo dije!) y los de Praga -también nos acompaña una adorable pareja de esta también adorable ciudad- se miran consternados por no poder llegar a nadar entre las amigables medusas.
Yo calculo lo lejos que estamos de la isla -no mucho- y la profundidad del lugar en el que estamos. Supera el metro, es obvio. Valoro la posibilidad -aun a riesgo de causar estupor entre los presentes- de sacar mi chaleco salvavidas de avión, tirar de las anillas para inflarlo y lanzarme al mar para llegar a la playa a nado. Descarto tan brillante plan porque me he dejado el chaleco salvavidas en el bungalow -una maniobra tremendamente útil por mi parte- y también porque me parece excesivamente dramático para tan poca cosa. El mar es una piscina de lo tranquilo que está y no estamos tan lejos de la playa. El resto mientras, ven esfumarse la posibilidad de nadar entre inocentes medusas y calculan el tiempo que les queda para coger el ferry de vuelta a Gorontalo. Pardi, el que maneja la barca con cara de Pardi…llo -era inevitable hacer el chiste fácil- rema con el único remo que hay en la barca -para qué llevar más remos ¿verdad?- hasta que logra llevarnos hasta la playa. El de Malta hace rato que se ha lanzado al agua para ir a nado mientras el resto pensamos que ya podía ayudar a empujar el barquito, pero bueno.
En definitiva, un bonito día de excursión. Corta, pero bien.
Desechamos la idea de ponerle otro motorcito (de cortacésped) a la malograda barca y reintentarlo. La taiwanesa está consternada, los de Praga se ríen resignados y el de Malta contento porque en definitiva, él tenía razon. No nos daba tiempo a hacer la excursión y volver a tiempo para coger el ferry.
Yo vuelvo a mi rutina diaria en la isla: tumbarme en la hamaca, contemplar la palmera, contemplar las olitas de la playa y poco más. El sol aprieta y no es cosa de salir de la sombra y perder el poco color blanco que aun me queda…
Sin comentarios