El otro día tuve la oportunidad de hacer una de esas cosas que no te esperas hacer hasta que, sin saber casi como, te encuentras haciendo. De pronto te ves embutido en un neopreno muy poco favorecedor, junto a quien bien podría ser el Capitán Stubing y a punto de meterte en el agua con unos bichos que miden y pesan bastante más que tú y yo juntos. Y como dice mi madre, te preguntas, ¿por qué haces esas cosas tan raras?
Se trataba de bañarse en altamar entre atunes rojos del Mediterráneo. Así de simple y así de excitante y desconocido. La actividad se inicia en L’Ametlla de Mar (Tarragona) donde te embarcas en un catamarán (totalmente equipado, para satisfacer a los más exigentes) y te adentras unas 5 millas en alta mar. Allí, en medio de nada, se encuantra la enorme granja de atunes rojos.
Qué buenas las explicaciones previas y durante la travesía. Todas las dudas, sobre la vida de los atunes, la acuicultura, la comercialización del producto, todo contado con pasión e interés en algo, que se nota les entusiasma hacer.
El grupo formado por bloggers de viajes (estábamos en el encuentro anual que se celebraba ese fin de semana en Tarragona) pierde por completo su poco glamur en cuanto nos empezamos a enfundar los trajes de neopreno. El agua no está muy fría pero todavía es muy pronto para meterse luciendo bañador.
Por suerte con el neopreno flotas como un corcho y no te tienes que preocupar de aletas ni de mantenerte a flote. Una vez en el agua, escupitajo a los cristales de la máscara de bucear (para evitar que se empañen los cristales) y a disfrutar. Bueno al poco descubrí que después del escupitajo es mejor limpiar los cristales con agua, o no ves un pijo. Se me pasó por alto ese detalle, supongo que por la emoción del momento, digo yo.
Al principio parece un poco decepcionante, porque no ves nada. Estás en alta mar y el agua está un tanto turbia. Todo está tranquilo hasta el momento en que empiezan a tirar pescados al agua para atraer a los atunes. Entonces, desde la oscuridad del fondo, como relámpagos empiezan a subir esos bichos enormes para comer. Al principio no dejamos de exclamar cada vez que vemos uno de ellos (dentro de lo que uno puede exclamar con un tubo de buceo incrustado en la boca). Es un espectáculo impresionante y empiezas a tomar conciencia de lo pequeño que eres en este mundo.
Uno de esos bichos (el atún, digo) puede llegar a medir 3 metros y pesar 600 kilos. Los de allí no pasaban de 200kg y aun así se ven enormes cuando pasan por tu lado.
Antes de echarte al agua, te explican que los atunes son asustadizos y que nunca te tocarán. De echo se apartan si el pescado está demasiado cerca tuyo o si hay otro atún que va hacia él. No son unos animales agresivos ni competitivos por la comida. Aun así, nadie está exento de empezar a imaginarse un fenómeno extraño de la naturaleza, rollo película de pirañas o una enajenación temporal del atún que le lleve a confundirnos con aquellas caballas que lanzan al agua. No hagas caso de elucubraciones mentales. El baño es totalmente seguro.
Una vez descargada la adrenalina de aquel espectáculo (hay también quien dice que es como hacer una clase de yoga), subes al catamarán, te duchas y cambias de ropa para hacer la cata del producto. Un fantástico sashimi (el pescado en crudo) de atún rojo con salsa de soja. No hay mejor manera para degustar la gran calidad de aquel pescado. Algo espectacular que poco podría yo imaginarme está tan lejos de lo que te ponen en ciertos restaurantes.
Por cierto, que el wasabi (esa pasta verde) no es para aderezar el pescado crudo, porque le matas el sabor, sino para tomar un poco (muy poco) entre trozos y así limpiar la boca y desacostumbrarla al gusto y textura del pescado. De esta forma se disfruta más de cada bocado, según me contaron en un curso de cocina japonesa.
Es cierto, que puede parecer una actividad un poco cara (sobre los 50€ aunque existen ofertas y alternativas de entre los 22€ y 30€ muy interesantes). De todas formas, si lo miras bien, es una oportunidad única para conocer de cerca (muy de cerca) la vida y explotación del atún rojo, que aunque sea por proximidad a su familiar, el de lata, nos es tan desconocido.
La experiencia fue posible gracias Tuna-Tour, quienes nos explicaron con pelos y señales todo lo referente a la empresa (100% nacional) y a su actividad pesquera que ya va, por su quinta generación dedicada a la pesca.
Mucha más información sobre el atún rojo y la actividad de la empresa aquí.
9 comentarios
Muy buena crónica de lo que podía haber sido un asalto en toda regla a nuestra persona. Por poco no nos tiramos, después de ver un atún saltando cuál cazador frenético por tan solo un pescadito! Fue una experiencia única, seguro! commo dice tu madre, nosotros tampoco sabíamos que hacíamos allí!
Nos vemos donde sea, fue un placer ser compañeros de fatigas! Saludos
Nos alegra que hayas disfrutado a pleno este «momento atunes» del TBM! Nos vemos en el próximo TBM!
Ya sabes Victoria… gracias a vosotros! :-)
Pues tiene que ser toda una experiencia, la verdad, y al principio un poco de cosilla tiene que dar; no son tiburones, pero al fin y al cabo, carne comen…. :) De todos modos, si eres capaz de comer wasabi así, a pelo, los atunes tendrían que tenerte miedo a ti.
Saludos!
A poco que podáis hacer algo parecido, hacedlo. Esos bichos son increíbles y te ayuda a tomar conciencia de que en este mundo, somos el último bicho…
Un experiencia genial en un entorno maravilloso
esta zona es un autentico lujo
felicidades por la entrada
abrazos
Gracias Bleid! sin duda una experiencia que no se me olvidará. un saludo!
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