Hace unas semanas, un poco antes de la hora de la cena, y sin nada en mi nevera que me animara a prepararme algo interesante, aproveché un momento de debilidad al pasar por delante del Hotel Barceló Raval para meterme dentro y probar su B-Lounge Restaurant. No esperaba la pregunta del jefe de sala que me dijo nada más verme: ¿tiene reserva? lo tenemos todo lleno…
En lo que no había caído yo hasta el momento era en que se celebraba el empalagoso y artificial día de San Valentín. Decenas de parejitas supuestamente enamoradas hasta las orejas se iban a citar allí de un momento a otro. Y yo, que iba solo, debí darle algo de pena a aquel buen hombre porque enseguida me propuso prepararme una mesa individual entre otras dos que tenían preparadas. Iba a ser el que aguantara el cirio entre tanto amor, pero bueno…
Así que muy amablemente, aun con el restaurante medio vacío me acomodó en aquella mesa, entre otras tantas salpicadas de confeti con forma de corazón, con velas con forma de corazón y unos enormes globos (éstos redondos) con cintas rojas y brillantes colgando…
Agradecí mucho el gesto de montarme una mesa individual y el buen servicio de los camareros. No habría sido el primer sitio en el que por tenerlo todo reservado para la cena, ni te atienden a las 5 de la tarde. Por suerte, todo lo contrario.
Como ves en las fotos, la decoración de la sala es atrevida, colorida e íntima. Globos y confeti de corazoncitos aparte, puede parecer recargado, pero el ambiente que se crea es agradable y no da sensación de agobio. Para mí, lo mejor son las cortinas que impiden que se vea nada desde el exterior a pesar de ser caladas y el local, totalmente acristalado.
Me sorprendió encontrarme una carta relativamente sencilla y con precios más o menos asequibles.
De aperitivo, mientras observaba las parejas tan enamoradas que iban llegando, unas patatas chips con aceite de pimentón y una copa de vino blanco que dejé elegir (con acierto) al camarero.
Quien puso los globos de helio con cintas colgando en las esquinas de algunas mesas, o tenía una novia muy fea, o no debía haber tenido nunca una cena romántica. En tal caso, se habría dado cuenta de que colocar los globos y dejar que las cintas colgaran literalmente entre las caras de los tortolitos, no es nada práctico. La pobre pareja de enfrente mío se pasaron la cena apartando las dichosas cintas que les impedían mirarse directamente a la cara. Otra, que no sé si es peor, se pasó la cena sin dirigirse la palabra. Romántico porque sí, vamos.
Me pedí como plato único una Raval Burguer. Una hamburguesa de 200 gr. (ni mucho ni poco) de entrecote de ternera Dry Aged con cebolla caramelizada y queso, creo. Algo sencillo a priori, pero con un resultado muy interesante. La carne, a la brasa, espectacular. Quizá una de las hamburguesas mejor cocinadas que he comido últimamente.
El cocinero, modernillo como el que más, presenta la hamburguesa en una tabla de pizarra. Estéticamente bien, si no fuera, porque el pan que usa es pan de pitta. Un guiño culinario a la cocina oriental tan común del barcelonés barrio del Raval.
Quien haya comido este tipo de pan, sabrá que no es un pan sencillo de comer con cuchillo y tenedor y que, por su corteza, tiene tendencia a resbalar en el plato. De hecho es un pan para comer con las manos, pero no estaba dispuesto a romper el momento de glamur y pringarme las manos. Así pues, con las salsas, la hamburguesa muy tierna, un pan de corteza dura y un plato plano más que deslizante y sin bordes, te puedes imaginar los esfuerzos que acabas haciendo para no terminar desparramándolo todo por la mesa.
Según el camarero, no era el primero que se lo comentaba, pero aun así, se empeñaban en presentarla de esta guisa. Aparte de este detalle práctico, la hamburguesa me pareció espectacular.
A esas alturas de la noche, el amor (y los globos) estaban literalmente en el aire. Para añadir un poco más de azúcar al tema, pedí un postre a la altura. Me arriesgué con un brownie con helado de vainilla. Digo me arriesgué, porque dar con un brownie bien hecho no es tan sencillo.
El brownie me resultó un poco denso, pero de sabor muy rico. Yo habría sido más atrevido con un helado cítrico, mango e incluso mejor, mucho mejor, un helado de canela. Pero como el fondo del plato iba recubierto de triturado de galleta con mantequilla y azúcar, pues la combinación global resultaba muy buena. Tengo la teoría (aunque no es el caso) de que la galleta maría triturada con mantequilla y azúcar es capaz de hacer sensacional hasta un flan de huevo con lentejas fermentadas y sal.
En definitiva, una cena más que correcta y sobretodo, muy bien servida por el personal (y no es obvio encontrar buen servicio en Barcelona). La fiesta me costó 26€, que es menos de lo que te puede costar en cualquier restaurante de modernillos de la zona.
El B-Lounge es un sitio con un ambiente curioso y recomendable para los que les apetece alejarse de las cocinas presuntamente sofisticadas a precios desorbitados del barrio del Raval en Barcelona.
1 comentario
Todo un detalle que te atendieran en esas circunstancias, aunque como dices, a menudo en esos restaurantes «modernillos» ni a las cinco de la tarde si lo tienen todo lleno.
Me apetece conocer ese sitio, hay que anotarlo para la siguiente.
Abrazotes!