Mis días en el Parque Nacional Enri Pittier se terminaban, pero no podía irme sin pasar un rato viendo el pueblo de Choroní. De hecho la gente llama a Puerto Colombia, Choroní, pero en realidad el pueblo de Choroní está como a un par de kilómetros adentro. Para ir, tienes que coger la furgoneta gratuita que va haciendo viajes entre los dos núcleos. Es una furgonetilla destartalada que aunque parezca mentira, anda.
Choroní es un pueblo alegre y bien cuidado, nada que ver con Puerto Colombia. De hecho su arquitectura y casas decoradas con colores vivos y alegres la caracterizan. Te aconsejo que te pierdas un poco por su callejuelas (tampoco es tan grande) y visites su plaza con su iglesia. Date cuenta, que en ventanas y puertas hay figuras del fruto del cacao, como recuerdo de su pasado comercial con el cacao cultivado en la zona, de la que hoy es único testigo Chuao. Y que las rejas de las ventanas, aunque lo parezcan, la mayoría no son de hierro, si no de madera y méramente decorativas.
Por las calles no había nadie, así que antes de nada desayuné y probé el flan típico de allí, al que llaman quesillo. Algo sensacional. Pregunta por él y pruébalo, no dejes de hacerlo.
Después de desayunar, me di cuenta que en la iglesia se estaba celebrando misa (era domingo) y observé que había gente en la plaza, pero que la misa se oía perfectamente. Y es que el campanario estaba equipado con unos buenos altavoces que retransmitían la liturgia a todo el pueblo. Así no había excusa para no oir misa. Allí la gente es muy religiosa, e iban todos mudados con sus mejores galas, así que me abstuve de entrar a la misa. Mis pintas no eran las más apropiadas, lo reconozco.
Habiendo dado un paseo se me antojó hacerme una foto junto al mojón de entrada al pueblo, por eso de tener el recuerdo. Como es habitual puse el disparador automático y me coloqué, cuando percibí que unos tipos en una moto se abalanzaban hacia mi máquina de fotos, por lo que, como véis, la foto salió movida… Creo que en realidad no tenían intención de cogerla, pero al verlos tan lanzados…
Volviendo al pueblo, vi que la policía estaba haciendo controles a los motoristas, para obligarlos a llevar el casco. ¡El casco! Me chocó que en un sitio donde las lanchas las manejan chavales de 14 años, donde había visto a niños en la playa jugando a tirarse un cuchillo oxidado, donde la gente se sube y baja en marcha de los coches como quien va al lavabo, los autobuses y coches circulan sin puertas… se ocuparan de educar en el uso del casco a la gente que transitaba por dentro del pueblo. Obviamente nadie lo llevaba.
Ya de vuelta a Puerto Colombia, me recogí la mochila (me hubiera gustado despedirme de la dueña de la posada, pero no estaba) y me fui en busca de un taxi compartido para dirigirme hacia Caracas, donde me esperaban.
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