Chuao es un poblado apartado de Puerto Colombia unos 15 o 20 km al que no se puede acceder más que por mar. Chuao ha sido recuperada los últimos años como productora de cacao. Y como tal ha sido protegida y promocionada.
Al pueblo se llega en lancha, como al resto de sitios en el parque, y te deja en el embarcadero. El pueblo está unos 5 km hacia el interior, o como me dijeron un ratico andando. Tienes la opción de subirte a la camioneta descubierta que hace el recorrido entre el embarcadero y el pueblo cada cierto tiempo por 1,5 BSF o aventurarte a caminar por la recién inaugurada carretera hasta el pueblo. Hasta hace no mucho, el camino no estaba asfaltado ni cimentado, así que la opción de la camioneta estaba más justificada. Yo elegí caminar un ratico. Bueno, según el concepto de ratico de los lugareños.
La carretera atraviesa los campos y plantaciones de cacao y zonas boscosas muy bonitas. La verdad es que el paseo-excursión valió la pena. Pero bueno, como había preguntado en el puesto de bebidas y la señora me pareció tan convincente pensé que estaría a un par de curvas colina arriba, y me eché a caminar, disfrutando del paisaje. El ratico se convirtió en casi 40 minutos carretera arriba.
Finalmente llegué al pueblo, que se resume a poco más de una hilera de casas entorno a una plaza delante de la iglesia. Pregunté a una señora sobre una excursión que me habían contado hacia unas cascadas en el bosque. Había llegado tarde. El guía había partido hacía una hora, y no me recomendaba ir yo solo. Tampoco lo habría hecho. Mi espíritu de aventura no iba mucho más allá del guarapito de la noche anterior. Así que me dediqué a fisgonear por el pueblo.
Visité la iglesia desde la puerta, y me pareció muy bonita, muy sencilla. A su izquierda, una clasificadora de cacao en pleno funcionamiento. Así que para allá me fui. En él se clasificaba el cacao y preparaba para embalar y transportar. Era una estampa curiosa, donde uno se partía la espalda dándole a la manivela, y 7 u 8 personas alrededor miraban sin más, otro dormía sobre un saco, otro espantaba moscas… vamos, todo un cuadro. No les hice foto, porque no me pareció apropiado. Las fotografías en plan zoo no me acaban de convencer.
Te recomiendo que no te pierdas la tienda de cacao que hay en el extremo izquierdo de la casa. Una señora hace y vende decenas de productos a base de cacao. Probé unos licores de cacao muy ricos, pero lo que me triunfó, fue un pastel de chocolate impresionante.
Decidido a pasar el resto del día en la playa (cerca del embarcadero) pregunté por la furgoneta para ahorrarme la caminata de vuelta. Enseguida llegó,porque traían un grupo que había estado acampado no muy lejos del pueblo. Me subí como pude (amontonado con el resto) y me llevaron hasta el embarcadero.
La playa es muy tranquila, y apenas hay nadie. El día no estaba muy soleado, así que fue perfecto para no perecer bajo el sol del Caribe. A la hora de comer, y como ya estaba siendo costumbre, me acerqué a un chiringuito que allí había y que no tenía mala pinta comparado con los otros dos. El hombre que me atendió, me ofreció el menú: pescado con patacones.
Era de esperar. Se me ocurrió preguntarle que qué pescado tenía, porque el pargo es de lo más sabroso, y me invitó a que entrara en la cocina para que yo mismo eligiera el que quisiera. ¡Dios bendito! a buena hora se me ocurrió preguntar. La cocina distaba mucho de lo que sw espera del lugar donde van a prepararte la comida. Me abrió un congelador que se usaba a modo de nevera, que todavía dudo si en alguna ocasión había producido frío. Oxidada por dentro y por fuera, con mugre por todos lados y el pescado ahí en el fondo…¿de cuando sería? Y pensaba: Concentrate sólo en mirar el pescado y nada más, no mires la mugre… Elegí una catalana, en parte porque me hizo gracia en aquellas latitudes, y en parte porque no me apetecía rebuscar en aquella nevera. Una vez frito… Preferí centrarme en las vistas.
La lata de cerveza tenía óxido y porquería por todos lados, y no me atreví a bebérmela. El pescado y los pataconess, pues una vez frito, estupendo. Fue el único sitio de toda Venezuela donde me encontré un panorama igual, bueno también fue el único en el que entré en la cocina… Mientras prepraraban la comida, el cocinero con un delantal muy limpio en comparación con su cocina, se marcaba unas rumbas con unas amigas.
Pasé el resto de la tarde paseando por la playa y disfrutando de las aguas claras y abundancia de peces. A la hora pactada para volver, caí en que no me había acordado de fijarme en la lancha ni el lanchero que me había traído. ¿Me quedaría allí abandonado? Pues no. No fui yo quien tuvo que reconocer al lanchero, sino el lanchero quien se acordaba de mi y me llamó para que fuera a la lancha. De todas formas, si te pasa, no te preocupes, todas las lanchas van a Puerto Colombia, así que pregunta y súbete a cualquiera que te llevará sin problemas.
2 comentarios
Hola que tal? viendo tus aventura casi un año despues, tengo que decirte algo…. me encanta tu drama en las anecdotas de tus historias…. De Chuao puedo decirte con certeza, que si hubieses tenido mas tiempo para saborear lo calido de su gente y lo que ofrece su naturaleza….. creeme que te tomarias mas que un par de dias…es un pueblo que trata de conservarse en sus raices y si un lanchero pudo reconocerte sin tu saber quien era….sencillamente siempre seras bienvenido a su tierra..!
Hola Angie!
gracias a tí por leerme! Me hubiera gustado quedarme unos días más, y ahora sé que fue un error no hacerlo. La próxima vez no faltarán! La verdad es que me trataron muy bien y me hicieron sentir muy agusto. Venezuela es un país fantástico, y su gente algo fuera de lo común.
Un saludo!