Que a mí me daba miedo volar es un hecho. Pero desde que hice el curso para perderlo, la cosa ha cambiado. No es que sea el hombre más bravo del mundo en esto de separar los pies de la tierra, pero ya no me da tanto miedo. Y por ejemplo, hace ya unas semanas, tuve la oportunidad de saltar en parapente en Asturias. Pues allá que me apunté.

Tengo que reconocer que los días previos pasé bastantes nervios. El día del salto, muchos más. Como estábamos en Gijón -gran tierra de sidra- habíamos estado tomando unos culines -así se le llama aquí al hecho de tomar sidra porque  echan sólo un poco de sidra en el culo del vaso- y creo que eso me ayudó a dar el salto.

Ainara, compañera de salto preparándose el arnés y el equipo fotográfico.

Ainara, compañera de salto preparándose el arnés y el equipo fotográfico.

Llegó el momento. Estamos subidos en lo alto de la montaña y el equipo de Volar en Asturias –la empresa con la que íbamos a volar-, empieza a desplegar los parapentes. Nos ponen los cascos y arneses y nos explican las medidas de seguridad. Todo parece  sencillo, y en realidad lo es.

Si no lo has hecho nunca, te cuento. Vas enganchado al monitor a tu espalda -con título y demás, claro-  y es él el que se encarga de dirigirte y maniobrar con el parapente. Tú una vez arriba, sólo tienes que sentarte en la lona y disfrutar del espectáculo. Todo el trabajo lo hace él.

Aunque viendo el casco del monitor... no sé yo...

Aunque viendo el casco del monitor… no sé yo…

El parapente biplaza lo puede hacer casi cualquier persona. No hay unos requerimientos específicos, y muy pocas restricciones. Nada o poco de condición física y lo único, creo que tu peso, que está limitado a 130kg. Por lo demás, ganas de volar y de disfrutar de las vistas.

Cuando ya estaba enganchado al monitor, y éste encara la vela al viento para que se alce, recuerdo que pensé Ya no tiene remedio… y es cuando el monitor te grita  ¡Corre! ¡Córre hacia el pueblo! Entonces empiezas a mover las piernas para correr hacia donde acaba la montaña y piensas que la montaña se acaba y que si no se levanta al parapente ese vas a acabar mordiendo el pino de allá abajo y entonces.. Entonces, sin apenas darte cuenta, los pies se separan del suelo y tú sigues corriendo como si fueras Pablo Picapiedra en su troncomóvil.

Cuando es obvio que ya no haces nada pegando zancadas al aire, te has de sentar en la lona. A partir de ahí, lo más difícil – si es que había algo difícil- ya está hecho. ¡Estás volando!

Las nubes son como enormes aspiradores de aire desde el suelo hacia arriba. El parapente se mantiene por las corrientes de aire y fue eso lo que nos permitió hacer un vuelo un poco más largo. Por otro lado, las vistas no fueron tan buenas. Las nubes y la neblina tapa el paisaje. Aparte de eso, el silencio y la paz que sientes allí arriba es enorme. Se te olvidan los nervios previos al salto, los nervios de la semana y te das cuenta que la mente, una vez más, ha estado a punto de arruinarte una  experiencia extraordinaria.

El monitor te hará un vuelo más tranquilo o más atrevido dependiendo de lo que tú le permitas. Quizá si no lo hubiera visto antes desde arriba, le habría dejado. Pero el tirabuzón que le hicieron a uno de mis compañeros era demasiado para un servidor que apenas había superado el trago de correr hacia el final de la montaña sin saber si aquel artefacto se iba a levantar a tiempo. Opté por la tranquilidad y el relax de estar volando, que no era poco.

El aterrizaje se hace a la inversa. Te tienes que bajar de la lona donde vas sentado y quedarte colgado por el arnés y entonces tienes que darle otra vez al coche de los Picapiedra. Corres, por decir algo, porque al tocar suelo tus piernas son como de mantequilla y acabas irremediablemente en el suelo. En ese momento, vuelves a la realidad y te das cuenta lo que acabas de hacer. Te sientes pletórico, excitado y nervioso. Con la risa floja, confiando quizá en que nadie se haya dado cuenta de lo nervioso que estaba, porque en realidad, no es para tanto.

La furgoneta de la empresa te recoge en el pueblo para volver a subirte a recoger tus cosas.

La furgoneta de la empresa te recoge en el pueblo para volver a subirte a recoger tus cosas.

De verdad te digo que tengo ganas de volver a hacer uno de estos vuelos. Volar frente a los acantilados y playas tiene que ser un espectáculo. Quizá la próxima vez que vuelva a Gijón.

Si te animas, en la página web de Volar en Asturias tienes toda la información.

La edición del vídeo ha sido un regalo de tusdestinos.net a cambio de grabarles unas imágenes y  prestarles mi cara de susto para el vídeo del pasado encuentro de bloggers de viaje de Gijón.

¿Has saltado tú alguna vez en parapente? ¿Qué tal la experiencia?

 

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Natural, como ella sola.
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3 comentarios

  1. […] de tu PC. ¿Puede haber un nombre más sugerente? En este post nos cuenta su experiencia haciendo parapente en Asturias, con mucho mérito ya que hasta hace poco volar de daba pavor. Hasta aquí nuestro repaso a la […]

  2. 20 julio, 2014 a 15:55 — Responder

    Hola,

    Nunca he probado volar en parapente, también le tengo un poco de respeto a eso de no tener nada bajo los pies, pero desde luego tiene que ser toda una experiencia, y una sensación única. Genial que te hayas enfrentado a tus miedos y hayas sido capaz de lanzarte al vuelo :-)

    Un saludo. Luis.

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