No es sencillo saber lo que es el barrio chino de Bangkok hasta que te plantas allí en medio. Tras visitar el Wat Trainit, el templo del buda de oro macizo, seguí mi camino hacia el barrio más caótico y comercial de Bangkok: Chinatown.
Para mí, era mi primer barrio chino en Asia, así que no sabía exactamente lo que me iba a encontrar. Llovía y era un poco tarde así que seguramente me iba a faltar tiempo para verlo en toda su plenitud.
Chinatown es un hromiguero de vida, de tiendas y gente. La lluvia no interrumpió en absoluto la actividad del lugar. Cientos y cientos de tiendas de todo tipo y productos ocupaban los bajos de todas las callejuelas del barrio.
Nunca había visto semejante concentración de tiendas y productos. Lo curioso del tema es que muchas de esas tiendas venden los mismos productos, y la competencia es enorme. Aun así, conviven y salen adelante.
Tal cantidad de producto y variedad es algo a lo que los europeos no estamos acostumbrados. Pescados y mariscos secos, especias, pastas, legumbres, ropas, materiales, …. de todo.
Y todo para alimentar el consumo de la propia comunidad china. Es increíble y difícil de pensar que tal competencia de tiendas y comercios permiten sobrevivir a todo aquel mundo de comerciantes. Pero sí.
Lo primero que me sorprendió fue el ir i venir de gente, transportistas de paquetes y motos circulando por aquellas estrechas callejuelas.
La lluvia y los pocos turistas que allí habíamos éramos es un cuadro pintoresco de color, olores y movimiento difícil de contar en unas cuantas palabras.
Los olores y colores de los comercios, ya en fase de cierre en aquella hora, me dejaron con una sensación de querer más, así que allí volví en la última jornada de mi viaje por el sudeste asiático.
En mi segundo día por chinatown, pude ver todo aquello en plena acción. Mucha más gente comprando para el día a día, los talleres y tiendas en plena actividad. También muchos puestos de fruta y comidas y el movimiento (esta vez sin lluvia) no me decepcionaron y me animaron a lanzarme a desayunar con algunas de las frutas que allí se vendían.
Piña, y otras dos frutas que no supe qué eran exactamente, terminaron por producirme una inquietud intestinal intensa. Y eso, allí no es nada fácil de satisfacer. En Chinatown, no hay váteres (o al menos que yo encontrara), o bares donde entrar e ir al baño…¡nada!. Cuando ya todo parecía perdido, en unas galerías un tanto trasnochadas y ya casi fuera del barrio, encontré un supermercado con servicios donde usaban trozos de limón en los urinarios para mitigar el olor. El caso es que aquellos váteres me supieron a gloria (pese a lo escatológico de la expresión) y pude aliviar el malestar gástrico, que no logró quitarme esa sonrisa tonta que se me pone cuando hago este tipo de tonterías.
Aunque no es muy marcado, al entrar en Chinatown, se nota un cierto cambio en la arquitectura Aunque no se diferencia demasiado en cuanto a la dejadez de las fachadas y la caótica organización de los servicios, la basura, el caos circulatorio…
Dentro de esta dejadez en cuanto al aspecto de los edificios, hay como una constante arquitectónica que le da al barrio un cierto encanto, una identidad que no pasa desapercibida.
No te dejes impresionar por la basura que puedes encontrar en algunos rincones, es parte del sistema y muy común por todo Bangkok.
Si te atreves, cierra tu mapa, deja que el tiempo corra e improvisa tu recorrido por callejuelas y tiendas. Es un placer perderse literalmente entre toda aquella oferta.
La vuelta a casa… ya fue otra cosa. La pateada de vuelta hasta el Wat Traimit (punto de inicio de mi ruta) duró más de dos horas, y es que allí es muy fácil saltar de un puesto a otro, cruzar calles sin darte cuenta mientras encuentras algo inesperado o quedarte embobado viendo la actividad de los trabajadores en la calle. Vamos, que te pierdes fijo.
4 comentarios
Excelente muy bueno es bueno conocer otros lugares !!
Muchas felicidades !!
Gracias Quique! vuelve cuando quieras!
Muy chimbo ese viaje
Gracias Carlos