El supuesto fatídico día 26 de agosto ya pasó y ni tsunami ni gran terremoto ni nada. La falsa  (oh sorpresa) predicción del «chamán» de Lombok no hizo más atemorizar a los locales y paralizarlo todo estúpidamente. Pero ya pasó. La gente ha ido volviendo a Gili Air y el ajetreo de materiales y personas empieza a notarse. Tras 25 días de silencio casi absoluto, empieza a haber (y se agradece) murmullo de gente, trasiego de cosas y actividad. Vida, vamos.

Aun no son muchos los que empezamos las tareas de limpieza de escombro y reconstrucción. En mi caso, con Sira trabajando (cuando no hay un temblor y se me descompone el pobre) estamos sólo asegurando cosas para reducir el riesgo de derrumbe .

Tras asegurar los tejadillos, ventanales de madera y la terraza de la mastersuite (la habitación que íbamos a abrir el 8 de agosto), hemos puesto un poco de orden en la cocina. Hemos sacado toda la ruina y la nevera. Queda empaquetar toda la cristalería y el equipamiento. Estoy esperando los contenedores de plástico grande para almacenarlo adecuadamente.  Ver la cocina en este estado me produce una profunda tristeza. Las paredes arrancadas del suelo y desplazadas, los bancos rotos como si fueran de papel y la instalación eléctrica hecha trizas… Una vez recogido, dentro del caos, se adivina algo de lo que fue.

También hemos estado con el cuarto de bombas de la piscina. Debido al terremoto, tres de las  cuatro  paredes colapsaron hacia adentro. Cayendo todos los ladrillos sobre las tuberías, la bomba y el filtro de la piscina. Los ladrillos, que aquí se llaman «batako» son como los tochos grises de allí pero macizos. Imagínate el peso. Poco a poco hemos sacado todo el escombro y el material que había dentro. E incluso (en un momento de euforia arquitectónica) hemos reconstruidoel tejado y las paredes con paneles de bambú. Ha quedado bien feo, pero creo que hasta servirá para instalar una cocina provisional mientras reconstruimos la actual.

He querido arriesgarme a descubrir lo peor, había que hacerlo antes o después. Hemos enchufado la bomba de la piscina a ver qué pasaba… ¡Ha funcionado! Y parece, aunque aun es pronto para asegurarlo, que no hay pérdidas de agua en el circuito. Ha sido un gran alivio. Las bombas y los filtros son carísimos. Nada de fabricación Made in China y esas cosas… Aposté por la calidad en los materiales y en este caso, la calidad ha resistido al terremoto y los escombros.

Los temblores se suceden cada día (o casi). Ayer Sira (el trabajador del hotel que perdió su casa por el terremoto) estaba en lo alto de la escalera ayudándome a asegurar unas maderas cuando hubo un pequeño temblor. No le había visto moverse tan rápido nunca. Entrar en pánico es lo peor que puedes hacer durante un terremoto. Me fue imposible pararlo. Ya pasado el susto, una vez fuera, tuvimos que hablarlo tranquilamente, porque con otra de estas se me mata antes de llegar fuera del edificio. Y eso que el temblor duró apenas 2 segundos. «Que está traumatizado» me dice entre el susto, los nevios y una media sonrisa… Yo le digo mientras se me escapa un poco la risa también, que sí que muy bien, pero que matarse saltando de la escalera y tirarse al piso de abajo no le va a solucionar el trauma. Que si se mata no le pago el salario. Nos hemos reído. Creo que lo ha entendido.

Finalmente, tras el susto acordamos relajarnos limpiando la piscina de hojas, ramas de árbol y mangos (porque ahora es temporada de mangos en Gili Air) para poner en marcha el filtro y empezar a limpiar el agua para que parezca que está todo ya mejor, aunque sé que no. Poco a poco, hay detalles que me van recordando a aquel hotel The Mandana, anterior al 5 de agosto a las 7:49 de la tarde.

 

 

 

 

 

 

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