Día 12 – Me socializo y encuentro compañeros de ruta.
Deshago parte del camino desde Kuta, para intentar llegar a Tetebatu. Un pueblo en la falda del parque Nacional del Gunung Rinjani y desde donde se pueden hacer algunas excursiones interesantes. Mi objetivo no es hacerlas, porque no me apetece moverme demasiado, está siendo un viaje muy vago, soy consciente.
La ruta se me hace eterna y con un tráfico horrible. La zona centro de Lombok tiene una cantidad de tránsito tremenda. Mucho humo, camiones y toneladas de motocicletas por todas partes. Cuanto más me adentro en la isla, menos detalle tienen los mapas del GPS y prácticamente voy a ciegas. Aun así, disfruto mucho de lo que me encuentro por el camino.
Tetebatu da la bienvenida a su entrada -como todos los pueblos- pero en este caso lo hace en inglés. Me da que aquel reducto en medio de la isla es algo muy diferente a lo que he ido viendo durante el día.
Efectivamente. Basta pasearse la carretera, alrededor de la cual se forma el poblado, para darse cuenta. Todos, quien más quien menos chapurrea un where are you from? con la mejor de sus sonrisas. Muchos -como no podía ser de otra manera- me saludan y preguntan sobre Messi y sus compañeros de equipo. Un niño me sorprende hablando de Xavi y Puyol. Será el rarito del pueblo.
Es tarde y aun no he comido. Voy a un puesto donde parece que también hacen excursiones. El chico, que se dedica al lucrativo arte de pasear al turista por la comarca, me hace compañía todo el rato. Tengo ganas de estar solo con mi comida, pero qué le voy a hacer. Están pintando en la otra habitación y el olor a pintura es muy fuerte. Entre la cerveza (de las grandes) y la pintura, el colocón que llevo es considerable. Creo que el pollo que corre entre mis piernas es real.
Sin esforzarme demasiado en investigar otras opciones, cierro una excursión con un guía del pueblo (Tonny) para ir a ver las waterfalls de por ahí. Él además me ofrece conocer un poco más de la vida rural en la zona, los arrozales y un poblado donde las familias viven según la tradición. Es decir, con vaca, perro, gato y gallo. Acepto, no sin temer la turistada, pero me apetece descansar de ir siempre solo y quiero que me lleven. Ceno unos de los mejores rollitos primavera (lumpia en indonesio) que he comido nunca. Los mejores me los hizo una chica en Ubud con muy poca gracia sirviendo pero con unas manos en la cocina… Impresionantes.
A lo que iba a ser una excursión en solitario -un tanto cara- se le suman una pareja de franceses. Así repartimos los costes y todos tan contentos. Pero nada de a partes iguales. No tengo ganas de discutir con ellos y acepto. Total, iba a pagarla yo toda entera. Después de tantos días solo, se agracede acercarse a alguien y compartir parte del viaje.
Día 13 – Arrozales, arañas inofensivas y niños, muchos niños.
Madrugamos para no pillar mucho calor. Está nublado y aunque no parece que vaya a llover, sol lo que se dice sol, no vamos a ver mucho.
Las explicaciones de Tonny entre arrozales acaban resultando de lo más interesantes. Nos habla de los diferentes cultivos que allí se hacen, del cuidado de la tierra, de la gente que allí vive, del sistema de propiedad de la tierra, de las plagas que amenazan los cultivos… De todo un poco para completar la ruta y hacerla mucho más interesante.
Por el camino encontramos lo que me ha parecido una araña de mucho cuidado. Parecía inofensiva, pero hemos creído entender que no lo era tanto. El secreto estaba en si tenía hijos cerca o no. Y aquella los tenía. Se ve que cuando tienen crías son muy protectoras y entonces sí son venenosas. A la pregunta de si esas arañas eran peligrosas, la respuesta de Tonny nos ha desconcertado: Noooo, no es peligrosa, bueno tienes que ir al hospital o si no, mueres. Entonces nos hemos quedado mucho más tranquilos.
Nuestra parada en el poblado ha resultado de lo más interesante. Nos han recibido con café (Kopi, muy bueno por cierto) y unos aperitivos fritos; algunos a base de arroz seco y otros no sabría decirte. Como siempre, los niños han sido los primeros en interesarse por nosotros. El chico francés les ha empezado a hacer algunos trucos de magia. Ha sido sensacional ver las caras de los niños intentado descubrir cómo era posible que un bolígrafo desapareciera al estornudar o porqué la inscripción del Real Madrid del encendedor del hombre de la casa aparecia y desaparecía sin motivo. El gato, mientras tanto, no ha dejado de jugar con los aperitivos y ha terminado con mi curiosidad por probarlos. Le damos una propina a la persona más mayor de la familia -la abuela- como señal de agradecimiento y respeto, y seguimos nuestro camino.
La ruta por la que nos lleva Tonny, no es la habitual. Sólo la hace él y un amigo suyo. Llegar a las cascadas es tan fácil como coger el camino que sale del pueblo y tirar millas. Tonny opta por añadir a la ruta, el conocimiento y amor por su gente y nos lleva por otro lado. Eso nos permite descubrir y entender mucho más todo lo que estamos viendo. Pasamos también por donde viven los monos de pelo negro -mucho más apreciados por los locales que los de pelo gris que sólo muerden y roban comida segun él- y el bosque de bambú.
En la cascada, encontramos un grupo de adolescentes en remojo medio helados de frío. El sitio es bonito, pero el día sigue nublado y no dan ganas de meterse allí.
Me mojo hasta las rodillas y acabo empapado, porque en aquel agujero, es como si lloviera constantemente. Los franceses se quedan bien apartados y ni bajan. Más tarde descubriré que ella está en uno de esos días en los que -según algún espabildado- las mujeres se sienten orgullosas de serlo. Para más inri, le ha salido una ampolla en el pie. La pobre está hecha un trapo.
Durante el camino de vuelte hacemos parada en lo alto de una plantación de tabaco. Cuando termina de oirse la llamada a la oración que llega de las mezquitas lejanas, se impone un silencio espectacular. Las vistas no son menos. Para comer, la mujer de Tonny ha hecho unas tortitas de vegetales un tanto grasientas -muy grasientes- pero que están bien ricas.
Yo no me he acordado de llevar una botella con agua para el camino. He estado fino capuchino, vamos… Tonny -el guía- con toda su buena intención, ha llenado una botella de agua de lo que escurre entre los helechos de alrededor de la cascada. Aunque discretamente, ninguno nos hemos atrevido a beber de aquel agua.
Por la tarde-noche, ya en el pueblo, y al calor de unos rollitos primavera -como no podía ser de otra forma- Tonny me cuenta un montón de cosas interesantes. Me anmo a probar un cigarro con tabaco local, del que se cultiva allí mismo y no se lleva Philip Morris. El papel de liar es dulce y hace que sea mucho más suave fumarlo. Aun así, me sienta fatal, y me deja la garganta hecha una porra.
Los obreros están reconstruyendo el jardín de delante de mi bungalow. Les gasto una broma -que no entienden- diciéndoles que mañana por la mañana lo quiero todo acabado y limpio. Me dicen que sí sonriendo, sin entender ni papa de mi inglés y siguen con su trabajo. Quién me manda a mí hacerme el simpático…
Cae un aguacero, refresca y entonces – lo supe al día siguiente- pesco la galipandria del mes.
Dia 14 – Dejad que las embarazadas se acerquen a mí.
El personal del Green Orry Inn -el hostal en el que me hospedo- parece que tienen horchata en lugar de sangre. Es como si estuvieran en la edad del pavo de forma perenne… Les hemos avisado de que hay una araña de esas tremendas en la puerta tejiendo su tela -de araña, claro- y allí la han dejado, a la espera de que al final algún huesped se la lleve por delante con la boca.
Antes de iniciar la ruta, paro en el mercado del pueblo próximo (muy cerca de Tetebatu). Es curioso como el mercado de comida se reserva prácticamente de forma exclusiva para las mujeres, mientras que los hombres se juntan aparte para comprar y vender gallos de pelea, de una forma más social y lúdica.
Durante el camino, me dedico a probar los diferentes tipos de comidas que voy viendo. Es un poco atrevido pero es que hay cosas que te llaman la atención sí o sí.
La ruta hacia el norte pasa por el parque natural del Gunung Rinjani, el volcán que dio origen a la isla de Lombok. Antes de llegar, se pasa por Sembalun y otros pueblos en los que es fácil cruzarse con grups de excursionistas que van a subir hasta la cima. Es una excursión de 3 ó 5 días bastante dura que no es para cualquiera. Yo, con mi plan vago, ni me lo planteo. ¡Qué pereza oiga!
Me encuentro con muchos cambios de temperatura. Llevo ya un cierto cansancio por tantos días trajinando por ahí con la moto. Antes de entrar en el parque, se me ocurre llenar el depósito. No lo he hecho demasiado consciente pero luego me he alegrado de haberlo hecho. Una vez entras en el parque, no tienes a nadie que te venda gasolina, y el trayecto ni es corto ni es fácil para tener que arrastrar la moto sin gasolina.
La moto, apenas ha podido subir algunas de las cuestas y he llegado a temer que se me parara y me dejara a la suerte de aquellos monos grises del arcén – seguro que ábidos por saquearme los bolsillos. Por suerte, no ha pasado nada. Por fin llego a lo más alto, donde hay unas cuantas familias pasando el día, comiendo y disfrutando de las vistas. El sitio está, para variar lleno de gente, pero también de basura por todas partes.
Una familia me acapara para hacerse fotos conmigo. Me han hecho tocar la barriga de la hija embarazara para que le de suerte. Me han debido confundir con su equivalente indonesio del calvo de la lotería.
Luego ha sido un no parar de hacerme fotos con los niños, con los mayores, con el del chiringuito de albóndigas picantes, con las albóndigas, con las albóndigas y los niños, con los mayores (y la albóndiga)…
La bajada de la montaña se me ha hecho pesada. Llegar a Sembalun me ha parecido eterno. El calor, el frío, el estado de la carretara y el cansancio acumulado, están acabado con mis energías. Empiezo a sentirme en estado febril.
Llego a Senaru, al pie del Gunung Rinjani y encuentro una habitación apañada en un sitio decente donde insistían que no tenían nada libre. Como en otros sitios, al insistir, han encontrado una libre. No entiendo las técnicas de venta que gastan por estos lares.
Ya instalado y duchado, me como unas nueces de macadamia crudas que compré esta mañana en el mercado, en Tetebatu. No me imaginaba que iban a ser el gran desencadenante de unos días de inquietud intestinal intensa. A eso se le ha unido el enfriamiento de la noche anterior. Toca tomarse todo lo que llevo a mano para estos caso. Para distraerme, veo una película bien moderna: Asesinato en el Orient Exprés con Hércules Poirot (de Agatha Christie). A las 9 estoy grogui y en la cama.
Necesito descansar y recuperarme…
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