No he llevado un diario durante los 16 días que he estado meditando. Ahora me arrepiento porque apenas puedo ubicar esa montaña de emociones y experiencias personales que te trae la práctica. Describir la experiencia por días tampoco tiene mucho sentido, porque cada día es una macedonia de sensaciones y prácticas con resultados muy diferentes. En unos ejercicios logras una gran concentración, en otros la cabeza no para quieta, en otros te duele todo. Cuando crees que has logrado calmar tu cuerpo y tu mente y has tenido unas horas buenas de concentración, al día siguiente puede ocurrir todo lo contrario. Y es que la meditación no es algo constante. No es que una vez has aprendido a hacerla todo vaya sobre ruedas. Tu cuerpo y tu mente son dinámicos y en cada momento te hablan y comportan de forma diferente. La práctica ayuda a mantener ciertos límites y cada vez es más fácil conseguir la concentración necesaria. Al final de la página te he añadido cuatro cosas básicas sobre la meditación vipasana que quizá te ayude a comprender lo que aquí te cuento.

Si quieres leer cómo empezó todo esto, puedes leer la primera parte del relato aquí.

Basándome en mi experiencia, creo que hay algunos grandes aspectos que han estado muy presentes en mi meditación durante todos estos días. 12 horas de meditación diaria dan para muchos momentos, muchos sentimientos y aprendizajes. Voy a tratar de contarte algunos.

Aceptar el madrugón

Levantarse a las 4 de la mañana es lo primero que te alarma cuando vas a iniciar el curso. Me pareció una barbaridad. Piensas que va a ser duro, muy duro. Pero para sorpresa mía, descubro que no, que ha sido quizá el aspecto más sencillo de superar. Meditando descansas tu mente y también tu cuerpo (cuando logras concentrarte bien) por lo que el hecho de reducir las horas de sueño a 6 acaba por no ser ningún problema. Tu mente se acostumbra a oír la campana a las 4 y a levantarte para ir a seguir practicando los ejercicios día tras día.

Logro evitar echarme siestas en algún rato muerto (apenas algunos minutos al día y sólo si te escaqueas de tus tareas) y eso me ayuda a no sentirme perezoso. La meditación me descansa lo que necesito. Algún día especialmente cansado adelanto la hora de irme a dormir a las 21h o 21:30h. Un ahora más de sueño soluciona el problema, aunque sólo en parte. Tienes la sensación de recuperar normalidad, pero por otra parte te despiertas más somnoliento y la práctica a primera hora cuesta un poco más.

Comida, la justa

Dos comidas al día; y la última a las 10:30h de la mañana. Nada sólido hasta el día siguiente. Me parece increíble pero el cuerpo se me adaptó muy rápido. No recuerdo ningún día en el que haya pasado hambre. No desgastas físicamente, aunque sí mentalmente y te puedes sentir fatigado. Incluso tuve que reducir la cantidad de comida porque la meditación habiendo comido en exceso es siesta segura. La hora de la comida está muy cerca del desayuno, así que siempre llegaba a la hora de comer sin hambre.

No he llegado a dormirme ningún día, pero es un infierno pasar horas luchando contra el sueño y atiborrarse de café no es una opción que te recomienden, ya que debes controlar el sueño que tiene tu cuerpo y lograr la concentración por ti mismo. Cuando encontré la cantidad justa de comida que mi cuerpo necesitaba y evitar el sueño tras la comida, la práctica fue mucho más sencilla e intensa. También te digo que es difícil no comer más de lo necesario. El menú la comida en Wat Rampoeng es muy buena.

Cara a cara conmigo mismo

Cuando entré, yo no sabía que había que hacer unas horas de meditación determinadas al día. Y que esas horas las marca tu maestro según tu ritmo de práctica. Pero que el ritmo te lo marcas tú en los primeros días. Cuantas más horas haces, más te van a poner para el día siguiente. Así que en mi querer ser el que más, hice un montón de horas al principio, con lo que me mandaron más para el día siguiente. En apenas 4 días tenía ya las 12 horas como deberes diarios.

Tantas horas acabaron por convertirse en una carga. No porque te obliguen, es sólo un máximo. De hecho si haces menos, no te regañan como en el colegio. Faltaría. Pero ahí entró mi ego en acción y el querer cumplir las expectativas del profesor. Eso si las tenía, aunque yo estuviera convencido de ello. Algunos días las 12 horas son misión imposible. La concentración se me diluye pensando en las horas que llevo hechas y las que aun me quedan por hacer para cumplir. Salirme del momento presente fue lo peor que pude hacer. Subir el pie, enderezar el pie, mover el pie, pisar…

Otros días no tengo problemas para conseguirlas, simplemente porque logro no pensar en lo que esperan de mi y me centro únicamente en lo que estoy haciendo. Levantando un pie o tocando mentalmente ciertos puntos de mi cuerpo. Cuando lo logro me siento en equilibrio y satisfecho. Eso también tengo que observarlo para ser consciente de ello.

En definitiva, la experiencia me ha servido para ser muy consciente de cómo me exijo a mi mismo fuera de los límites de la realidad. De forma que esta autoexigencia acaba por producirme más sufrimiento que beneficio. Ha sido muy interesante trabajar y observar los sentimientos que han rodeado a estas situaciones.

Otros temas y sentimientos también han ocupado mi meditación. Permíteme que me los reserve y siga observándolos en la intimidad…

Mi cuerpo y la frustración. Aceptación de los límites personales.

Es inevitable. El cuerpo se queja desde el minuto 1. Le he sometido a posturas y movimientos a los que no estoy acostumbrado. En la meditación caminas lentamente, tanto que puedes llegar a moverte sólo 5 metros en más 20 minutos. La espalda, las plantas de los pies y las articulaciones me acabaron doliendo por necesidad. Poco al principio, nada en muchas ocasiones. Bastante o mucho en algún otro momento. Pero es parte del ejercicio y la práctica sirve para observarlos y superarlos. En eso radica tu concentración en separar los dolores del cuerpo de tu mente. Es a tu cuerpo a quien le duele la espalda no a ti. Ahí radica el meollo de todo esto. Conseguir que lo externo no te afecte y así eliminar el sufrimiento.

Es increíble como con la práctica llego a controlar mis picores, dolores y también el sueño. Pasar cuatro horas seguidas concentrado sin dolor de espalda, sin que se te duelan las piernas o te duermas. Practicando. Concentrado en seguir mentalmente las series recorriendo tu cuerpo y caminando extremadamente lento. El control de mi mente y mi concentración me llevan a un estado de relajación y equilibrio con mi cuerpo. En ocasiones logro llegar a un entendimiento sencillo y eficiente en el que mi cuerpo deja de quejarse y mi mente deja de preguntarle al cuerpo si le duele algo, si le ha dolido o si le va a doler en breve.

Pero en otras ocasiones mi cuerpo no se calla.  Y estos dolores y sensaciones hay que observarlos. Uno no sabe si es pura excusa para dejar de meditar. Probablemente. La frustración aparece. Quieres concentrarte y seguir más tiempo pero no lo logras. Te entran ganas de dejarlo todo. ¡Qué pérdida de tiempo! Aparece la rabia. Tengo que observarla también. Ser consciente de mis límites me produce más rabia y frustración. Me es difícil observarlas sin juzgarme ni recurrir a la culpa. Esa culpa católica que tan incrustada llevamos dentro. Pero logro observarlas y eso acaba por hacerlas desaparecer. Nada más.

En los últimos días, mis rodillas me aconsejaron dejar de practicar. Corría ya el día número 14 cuando precisé del ibuprofeno para calmar los calambres en las piernas al caminar. Calambres en las plantas de los pies; dolor en las rodillas. Tantos días en posiciones y movimientos a los que no estoy acostumbrado han sido un entrenamiento demasiado intenso. Pero a esas alturas del curso soy capaz de observarlo sin mayor problema. Hubiera querido completar hasta los 26 días, pero no puede ser y lo acepto. Soy consciente de mis límites y eso no me hace sentir mal.

 El tiempo deja de existir

Los ejercicios de meditación se hacen por periodos de tiempo. Empiezas los primeros días con 15 minutos. Cada día, tras la reunión con el profesor éste te lo incrementa en 5 minutos, según te sientas. La práctica te lleva a lograr que el tiempo no importe. 12 horas al día en periodos de una hora parece una eternidad. Es para subirse por las pareces. Pero para mi sorpresa descubro que tampoco tanto. Con la práctica, el tiempo deja de importar. No existe. Cuando acepto que estoy haciendo aquello porque yo lo he elegido y que no importa las horas que haya hecho o tenga que hacer, entonces todo fluye sin problemas. Haces los ejercicios y nada más. Cuando el tiempo desaparece, consigo una práctica mucho más relajada y una concentración intensa en la que el tiempo no es un aspecto a tener en cuenta.

No es inmediato. He necesitado muchas horas de práctica para llegar a esa percepción del tiempo y he precisado de mucha disciplina. Llega un momento en el que cuando suena la alarma, te parece increíble que haya transcurrido una hora.

En otras ocasiones el tiempo se hace eterno. Mi cabeza no deja de irse a otros menesteres o el cuerpo no deja de emitir picores o dolores. Cualquier sonido distrae mi atención. El maestro me dice que no pasa nada, que es normal y que simplemente tengo que observarlo, ser consciente de que mi cuerpo o mi mente no se concentran. Los observo y no siempre veo nada.

El miedo

Hay momentos en los que logro una concentración extraordinaria en el ejercicio sentado. Tanto que la primera vez que sucedió me asusté. Sonó la alarma y me levanté a mirar el reloj. Yo me movía, caminaba. Pero parecía que mi mente seguía concentrada aun en la colchoneta. Mi cabeza estaba tranquila, extremadamente relajada y noté una cierta agudeza en los sentidos. Mi pulso era muy tranquilo. Me sentía bien y probé a seguir con el ejercicio andando. Podía andar infinitamente despacio sin perder el equilibrio. Podría decir que mi equilibrio era perfecto. Pero quise controlar ese momento y salir de ese estado de concentración. Era una sensación nueva y no la pude controlar. Eso me asustó. Salí a caminar descalzo por encima de las piedras para intentar enviar nuevas sensaciones desde mi cuerpo. De poco sirvió. Bebí agua fría y fui hacia otras zonas del templo… Sólo al cabo de unos 15 minutos mi mente empezó a recuperar su actividad normal; a distraerse con todo lo del alrededor menos conmigo. Mi mente empezó a abandonar ese estado de conciencia intensa de mi mismo en el que había entrado y que me había asustado al pillarme por sorpresa. Volví a no prestarme atención y eso me tranquilizó.

El maestro me cuenta que es normal, que a veces pasa y que no es nada malo, que observe cómo me siento en esos momentos. Yo sigo con el miedo en el cuerpo y dejo la práctica por ese día. Dedico las horas de después de la reunión con el maestro para observar mis emociones tras la experiencia, siento tristeza aunque en ningún momento me sentí mal.

Al día siguiente recupero la normalidad en la práctica intentando no pensar en la experiencia del día anterior. Es el Budha day (una especie de domingo para los budistas) y los extranjeros asistimos a la charla que da la monja Bikhuni, la única mujer monje del monasterio. Sus palabras hablan precisamente del miedo y el sufrimiento que éste nos ocasiona. Recojo sus propicias explicaciones para tenerlas presentes el resto de días durante mi práctica. Observo intensamente ese miedo que muchos tenemos y que nos ocasiona tanto sufrimiento…

Decidir el momento de terminar

Aunque el mínimo recomendado es de 10 días, puedes terminar en cualquier momento. Yo en cambio tras un par de días de práctica sabía que quería continuar. Pero ¿cómo podría continuar más de 10 días si mi visa para poder estar en Tailandia expiraba casi justo al terminar el curso? ¿Querría seguir después de 10 días? ¿Habría alojamiento disponible para mi entonces? Sufrimiento y más sufrimiento por cosas que no estaban pasando en aquel momento. Esas fueron cosas que tuve que observar. Acepté que no podía saber si querría o no continuar dentro de 10 días y que no podía saber si tendría o no alojamiento en caso de quedarme. Cuando conseguí ser consciente del sufrimiento que esas dudas me estaban ocasionando, el sufrimiento terminó por desaparecer.

Cuando llegó el día número 8 le pregunté al maestro y me dijo que si quería seguir, el día 10 saliera a ampliar la visa y volviera. Sin mayor problema. Tampoco había problema con el alojamiento. Así lo hice y me di cuenta -fui consciente una vez más- de toda la preocupación innecesaria que llevo en mi día a día por lo que no ha sucedido o no va a suceder.

Finalmente fueron los dolores en mis piernas los que me indicaron que era el momento de terminar la experiencia. 16 días de meditación y aprendizaje (sin contar el tiempo que salí para ampliar la visa) no era una derrota, sino un triunfo. No debía fijarme en los 10 días que me separaban de completar el curso. Tampoco debía quedarme con los 16 días que había permanecido en el monasterio. Ahora simplemente tocaba comunicar mi decisión al maestro y asistir a la ceremonia de clausura.

¿Te lo recomiendo?

Siento decirte que no voy a hacerlo. Pero tampoco que no te lo recomiendo. Cada persona es un mundo diferente. Cada momento de cada persona es diferente. Yo he tenido la suerte de haber hecho el curso en un momento en el que creo tengo la cabeza  bastante tranquila, de ahí que no haya sido especialmente dramático en cuanto emociones. No sé cómo hubiera sido hace un par o tres de años.

Ha sido una experiencia dura, muy exigente y enriquecedora a la vez. Seguir las normas, puede llegar a resultar muy duro. La incomunicación, la necesidad de hablar o relacionarte con otros y no poderlo hacer. Moverte despacio, comer despacio, ser consciente de todo lo que haces las 24 horas del día. Dejar de tener esas ventanas en las que nos evadimos de la realidad para no escuchar el dolor de nuestro cuerpo, nuestras emociones. Estás sin móvil, ni Internet, ni libros, ni libreta en la que escribir. Estás solo. Nada ni nadie que te distraiga de ti mismo y de lo que haces en cada momento. Ha sido una experiencia muy interesante para conocer mis límites (o algunos de ellos) y sorprenderme de lo que soy capaz.

La meditación es una herramienta muy eficaz para mantener el equilibrio emocional. Infórmate bien de lo que es la meditación vipasana antes de meterte en uno de estos cursos. Si lo ves claro, adelante. Creo que te alegrarás de atreverte a probarlo…

 

Si quieres saber cómo fueron los siguientes días tras mi salida del monasterio, puedes leerlo aquí.

 

Sobre la meditación Vipasana:

La meditación vipasana tiene con objetivo que mantengas al máximo la atención sobre el momento presente. Así pues en el ejercicio de caminar, toda tu atención tiene que ir dirigida hacia el pie que levantas, el que mueves, cuando lo apoyas en el suelo… Lentamente, sin importar el tiempo. Observando todo lo que te sucede, sin juzgarlo ni intentar encontrar respuestas.

En el ejercicio sentado, tu atención va dirigida a tu ombligo, al movimiento que genera tu respiración. Luego se va ampliando la serie hacia otros puntos del cuerpo. Ambos ejercicios buscan el entrenamiento mental para conseguir la conciencia plena en el momento actual así como la separación de tu mente de todo lo externo, incluido tu cuerpo, para así eliminar el sufrimiento de nuestra vida.

 

 

 

 

 

 

 

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4 comentarios

  1. 10 agosto, 2015 a 12:55 — Responder

    hola
    me ha parecido increible -y a la vez normal- tu experiencia y me encnata como lo cuentas. esas sensaciones tan dispares de vivir el presente, de estar completamente consciente de tu mente y tu cuerpo, y en otros, como si tu mente se fuera a otra realidad.
    yo he practicado meditacion durante 3 años y han habido momentos que parece que tu cuerpo flota, que estas en paz, que no hay nada que pueda interrumpir ese momento.
    desde luego como dices una experiencia para afrontar tus miedos, tus limites… enhorabuena por estos posts.

    • 25 agosto, 2015 a 1:26 — Responder

      Sí Maria, las sensaciones y estados del cuerpo y la mente a veces sorprenden. Parece que flotas o que estás fuera del cuerpo,…
      Gracias y me alegro de que te haya gutado!

  2. Gustavo
    12 agosto, 2015 a 0:46 — Responder

    Leyendo tu post me dan ganar de ir directo para allá, las sensaciones que describes son muy parecidas a las que he vivido con la meditación zen.
    Gracias por compartir

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