En Vietnam la pesca tiene -hasta donde uno sabe- las tareas muy bien definidas. Los hombres faenan y se encargan del mantenimiento de los barcos. Las mujeres trabajan en la venta del pescado  y también en los secaderos. A uno de ellos he llegado más o menos de casualidad. Desde lejos intuyo un grupo de señoras que bajo el característico sombrero vietnamita, remueven algo en el suelo y trajinan con grandes cuadros de madera. El sol cae en vertical, sin piedad. Como todos los que trabajan al aire libre, estas mujeres también van totalmente tapadas. En realidad hace un calor espantoso. Dicen que la mejor manera de protegerse del calor, es tapándose.

Llego a aquel lugar. Ocupa la playa hasta la orilla. Efectivamente lo que hay en el suelo -sobre unas mallas enmarcadas- es el pescado puesto al sol para que se seque. Se me antoja un pescado parecido al boquerón. Un pescado pequeño, muy pequeño que en ocasiones he visto en los mercados. Quiero pensar que son peces adultos de tamaño pequeño por naturaleza. Hay decenas, centenares de cuadros con rejilla llenos de pescado sobre la arena. Creía que iba a ser al contrario pero no huele a nada. Curiosamente los pájaros que por allí pasan no tocan el pescado. Prefieren la comida fresca entre la basura de la orilla que ha quedado acumulada por la marea de la noche.

Las mujeres no paran de voltear los cuadros. Utilizan uno de ellos a modo de tapadera, como si fuera una tortilla de patatas, pero entre dos personas. Sin parar, uno, otro, otro… así todos los que aun no están listos para procesar. Otra mujer va recogiendo los pescados que van cayendo al suelo en el proceso de volteado de las mallas. Aun y así veo mucha merma por el suelo.

Los cuadros con pescado ya seco, se llevan al interior de la factoría en carros. Mover la ruedas por la arena no es sencillo. Doy fe, porque una de las señoras -con suficiente guasa como para ir al club de la comedia- me ha hecho tirar de uno de ellos. En cuanto pierden la vergüenza, otras se unen al choteo de ver a un extranjero tirando del carro. Alguien me dice por gestos que su amiga necesita marido, o algo así entiendo. Otra le quita el sombrero y la mascarilla a la del al lado para que pose para mí en una foto… Los dos únicos chavales que allí trabajan -no deben tener edad para faenar en los barcos- se quedan parados por el revuelo que se ha montado en un momento.

Dentro de la casa se separan los peces más grandes. Luego se hace algo con ellos, pero no he podido averiguar el qué. Mis esfuerzos por saber más sobre lo que iban a hacer con el pescado ha sido infructuaoso. Aquí nadie habla inglés. El caso es que imagino que parte del el pescado se procesa para hacer pienso. De ahí los dos hornos de leña que tienen encendidos con tanques de agua caliente.

Mientras tanto -en las casas cercanas a la playa- los hombres que no trabajan en el mantenimiento de los barcos, se dedican al ocioso arte de estar tumbados a la sombra. Los que están en edad de trabajar descansan para salir a faenar por la noche. Los que no, se divierten invitando a un servidor a sentarse a la sombra con ellos en un descampado, en unas viajas camas sin colchón. Me ha debido ver sofocado y eso le hace gracia porque no para de reír. El niño se entretiene, quitándole las canas de la cabeza a su padre. Al rato, habiéndonos intercambiado la edad haciendo dibujos en el suelo y sin más temas de conversación, el hombre que me ha invitado a sentarme con ellos me lleva a una casa que vende cervezas. Allí me deja y se va. Sin más.

 

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