Hoi An es una postal fotográfica, un reducto de lo que la cultura china, vietnamita y japonesa dejaron en sus edificios durante la época de esplendor comercial de la ciudad. Un lugar mágico preservado con gusto, con las ganas y el orgullo de lo propio. Un ejercicio de buenas prácticas. Cierto es que al centro histórico de Hoi An es un amasijo de tiendas de souvenirs, restaruantes, sastrerías y demás para exprimir el bolsillo del turista. Pero está hecho con gusto. La esencia de las viviendas-negocio que regentaron la generación pasada, está aun presente. Así pues, apetece entrar el juego para disfrutar de semejante entorno.
Abarrotado de turistas durante el día, Hoi An se vacía -aunque sólo sea un poco- por las noches. Es cuando su centro histórico pone toda la carne en el asador. Cientos de farolillos de colores iluminan las casas y tiendas. El ambiente se llena de color y las luces tardías de la jornada dan paso al relax y ritmo más calmado del atardecer y la noche. Es cuando los vendedores de farolillos se lanzan a la calle. Las mujeres que venden fruta se dejan fotografíar a cambio de ponerte mala cara si no les compras unas frutas a cambio, y los bares y restaurantes cierran sus happy hour para que el turista, desenvolse lo que es debido.
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