Por fin estoy en ruta. Ha sido un largo camino que por fin se ha materializado en los últimos meses. He dejado atrás mi anterior vida el mismo día que dejamos atrás el verano. Ha comenzado el otoño y con él, mi viaje.
Como he dicho ya en alguna otra ocasión, mi intención no ha sido la de dejar mi vida en standby esperando a mi vuelta para retomarla tal cual era. He liquidado mi vida (conceptualmente hablando), me he desprendido de la mayoría mis posesiones y he simplificado al máximo lo que dejo tras de mí. Nada de hipotecas, nada de coches ni seguros (excepto el de viaje que tengo ahora). Nada de dejar toneladas de enseres que no usas, amontonados en un almacén generando gastos. Tampoco asuntos que deban atender otras personas en mi nombre. Nada de hipotecar la habitación de nadie para dejar mis trastos. Sólo 5 cajas de archivo y lo poco de lo que no me he podido desprender.
Las últimas semanas han sido una de caos lleno de mil cosas por hacer. Pero sorprendentemente, vivido con una gran tranquilidad. Los nervios y miedos que me llevaron hasta la casi cancelación del viaje desaparecieron, sin más, a finales de agosto. Supongo que la familia fue clave para superarlo. Las anginas, el dolor de espalda y el ya tradicional flemón en la muela del juicio, fueron la traca final de un proceso que acababa con toda la ansiedad y daba paso a una serenidad estresada. Un concepto extraño pero real. Nunca he estado tan estresado preparando cosas, pero a la vez tan tranquilo. Tan sereno. Es como si supieras que al final todo sale bien, a pesar de que no sea como tú lo planificas. Y así ha sido.
En todo este proceso de mudanza, he sido espectador de mi mismo. Espectador de cómo he afrontado cada situación para lograr lo que yo creía era mejor para mi viaje. De mis reacciones. Cuánto he aprendido. Cuánto he dejado sin hacer o he cambiado por otras cosas que ni había imaginado en mi interminable lista de listas de cosas por hacer.
Llevo meses despidiéndome de gente. Mi gente. Me he despedido de personas más lejanas, apenas conocidas por el simple hecho de coincidir tendiendo la ropa en el balcón de al lado. O de personas como la vecina del piso de abajo. Mi querida Angelita que ha llorado consciente de que no volveríamos a vernos. Nunca olvidaré sus caras de decepción al contarles que marchaba y no volvía. Sus caras por perder un vecino de los buenos (según ellas). También me llevo las risas de los amigos que han disfrutado conmigo. De las horas compartidas alrededor de unas sangrías mientras les recitaba mi mercadillo de cosas puestas a la venta. De los que me han transmitido su soporte y alegría por mi decisión. También a la familia, que aunque resignada hasta que vuelva, me los he traído en la maleta. Por fin he conseguido que hablen conmigo por Skype. 3 años intentándolo…
Ya en el avión sentí que estaba donde quería estar. Donde tenía que estar. Abierto a seguir aprendiendo.
Pauline -mi compañera del asiento de al lado en el avión- es suiza, y aunque no se lo pregunté, no creo que tenga más de 20 años. Estudia trabajo social y ha decidido hacer un alto en sus estudios para recorrer Asia durante cinco meses. Rubia y muy tímida, apenas chapurrea algunas palabras de inglés. Pasa 3 horas sin poder ir al baño por no despertarme. Lo hago y salta por encima mío porque ya no puede aguantar más. Se sonroja con una facilidad pasmosa. Insegura e inocente, sólo ha hecho antes un viaje fuera de Suiza, pero se fue al corazón de África. Ella sola. ¡Qué narices que tiene la niña!
Es más que evidente su poca experiencia viajera, pero lo compensa con ilusión. Lleva una pequeña mochila de apenas 25 litros como equipaje de mano. No ha facturado nada más. No tiene ni idea de cómo tramitar los visados o cómo funcionan. Pauline teme que no la dejen entrar en Indonesia porque no ha comprado billete de vuelta en avión. Piensa salir por mar hacia Malasia y seguir hasta Tailandia, Laos, Vietnam… Ya en Bali, toda ella tiembla tras pasar el control de seguridad y obtener su visa on arrival. Puede empezar su viaje por Asia. Está emocionada, está nerviosa y feliz. Sonrojada por la emoción. Sigue temblando.
Observo a Pauline mientras le explico cómo sacar dinero del cajero automátimo (es la primera vez que lo hace en el extranjero) y le advierto del riesgo de pasearse con el fajo de billetes en la mano mientras se vuelve a sonrojar. Intenta coordinar las manos, las nuevas rutinas del viaje y las cosas que carga encima. Mientras yo espero a que salgua mi mochila por la cinta de equipajes, la observo cuando -en su inexperiencia- se deja llevar por los panfletos de las atracciones turísticas de Bali y deja en un lado su mochila desatendida. El iPad también, a la vista de todo el mundo encima de la mochila… Yo también fui así hace ya algún tiempo.
La observo y pienso en el verano que yo dejo atrás y el otoño que acaba de comenzar y que va a marcar un punto y aparte en mi vida. Pauline empieza su viaje y yo el mío. Nos separamos a la salida del aeropuerto. Elegimos nuestros caminos, felices y llenos de ilusión renovada por la aventura que estamos viviendo.
No sé Pauline, pero yo me siento afortunado por todo lo que he tenido hasta ahora, por lo que tengo y lo que ya no tengo. Aunque me siento mucho más afortunado por todo esto que estoy empezando a vivir…
5 comentarios
Espero que todo vaya muy bien, estoy convencido de que será así. Buen viaje y estaremos por aquí para seguirte.
Muchas gracias Pau!! aunque he empezado con anginas, todo marcha según lo previsto y promete!! Abrazo!!
Que valiente eres!!!! En el fondo de mí me gustaría poder hacer algo así, pero no me atrevo a dar el paso y romper con mi vida, así que, si no te importa, viviré esta experiencia a través de tí y de tus ojos… Buena suerte y aquí te espero …
Gracias Netikerty!! Da el paso, te lo recomiendo!!
[…] que vives en Bali, se entiende). Pues el aquí presente, recibió esa invitación y aprovechando el inicio de su viaje, en Bali se he plantado para verlo. @kaldorana del blog jakartaymas.com (el padre de la novia) y su […]