Recuerdo lo que viví ayer mismo en Phnom Penh (la capital y ciudad más grande de Camboya) y me vuelo a estremecer… Enfrentarse al horror de un genocidio nunca es sencillo, aunque sea desde la distancia de un lugar convertido en museo. La reciente historia camboyana te obliga como turista, aunque no sea agradable, a visitar uno de los principales centros de tortura del régimen de los jemeres rojos. Se trata del Museo del Genocidio Toul Sleng, también conocido como S-21.
Llego a las puertas de la escuela. Sí, la prisión de Toul Sleng fue una escuela reconvertida, como todo lo que tocaban los jemeres rojos, en horror. Allí me viene al paso una señora de baja estatura y ojos tristes, pero con la sonrisa que nunca falta en la gente camboyana. Es una de las guías del museo. No cobra por la visita guiada, aunque de buena gana le das una propina al terminar el recorrido y te quedas con las ganas de darle también un abrazo, o de que te lo dé ella a ti. Ella, como toda la población de Camboya, también sufrió la pérdida de gran parte de su familia en manos de los asesinos de Pol Pot.
Las aulas de la escuela reconvertidas en salas de tortura son las primeras por las que me lleva. Quizá la parte menos gráfica y ligera de la visita. Quizás no. Uno aun no es consciente de lo que aquello representa. Apenas una clase de colegio con una cama, una caja de cartuchos que se utilizaba como letrina para el preso y una foto muy borrosa en la pared para ilustrar la escena.
A mi guía le es inevitable tener la voz quebrada mientras me cuenta -en un inglés que me cuesta seguir- el objetivo de aquellas habitaciones: la tortura. Cada vez que se emociona, repite como un mantra, la misma frase: Time before I feel horrible, but now ok (Tiempo atrás me sentía horrible, pero ahora ya estoy bien). Lo dice con los ojos tristes y la mejor se sus sonrisas forzadas mientras se pasa la mano por la cara como para limpiar el recuerdo de aquel horror. Termina por posarla en su pecho y suspirar profundamente. Me cuestiono hasta dónde llega aquel ok que dice que siente. No creo que en un genocidio exista nunca un ok para los que lo han sobrevivido.
Los edificios de la escuela están prácticamente tal y como quedó cuando los jemeres rojos la abandonaron por la caída del régimen de Pol Pot. Este tipo, tenía una visión. Un país comunista puro. El más puro de todo el mundo. En él no cabía nada excepto el trabajo en la tierra. Prohibió la moneda, la religión, las empresas, los relojes, las escuelas y hospitales. El procedimiento fue sencillo. Capturó y mató a la mayoría de los que sabían leer o escribir, hablar otros idiomas, tenía estudios o era extranjeros. Quería una sociedad básica, sin diferencias ni cultura, que convirtió en esclavos del régimen para sus propios intereses.
En una de las fotografías (al inicio del recorrido) aparece la gente de Phnom Penh aplaudiendo y vitoreando con ilusión las tropas de Pol Pot a su entrada en la ciudad, el 17 de abril de 1975. Una ciudad (como todas en Camboya) próspera y moderna. Gentes felices que vitorean los que creían sus liberadores y restauradores de la monarquía. Los jemeres rojos se presentaron en la capital como los salvadores del país, pero nada más lejos de la realidad. Sin haber pasado 24 horas desde su llegada a Phnom Penh, ya la habían desalojado. Los habitantes de las ciudades no estaban permitidos en los verdaderos planes de Pol Pot, pues representaban el capitalismo y la pérdida de la cultura ancestral khamer. En apenas unos días lo hicieron en el resto del país. Las familias debían ser separadas y tenían que abandonar todo lo que tenían. Eran obligados a desplazarse a centros de producción para trabajar la tierra para la revolución. De esta manera se rompían los lazos familiares y afectivos, se conseguía una sociedad débil y fácil de explotar. Trabajar en el campo no era más que un eufemismo utilizado para esconder la esclavitud a la que eran sometidos bajo amenaza de muerte. Sin apenas comida ni vivienda digna, eran obligados a trabajar todo el día para triplicar así la producción de arroz del país. Cosechas que se mandaban a China en pago por el armamento y soporte económico mientras la población moría de hambre. Quien se revelara o negara a tales trabajos era asesinado sin miramientos junto a toda su familia. En apenas unos días, Camboya volvió a la prehistoria.
Sigue leyendo la segunda parte del relato.
2 comentarios
Esta visita es una de las que más me impresionó de Camboya. Incluso más que los famosos templos de Angkor. Descubrir este pasado de Camboya sorprende, sobre todo cuando ves lo tranquila y amable que es su gente. Parece mentira que unos años antes se estuvieran matando entre ellos.
Una visita obligada, aunque no guste y se te quede mal cuerpo. Somos responsables de ese genocidio…